No es miedo al agua, ni tampoco a los inquietantes ruidos de una casa vieja que cruje. Tampoco es el miedo a las granizadas salvajes. Hay algo que atormenta a Cristina desde que tenía la edad de su pequeña hija, Regina, y eso podría poner en peligro la felicidad de las dos. Porque las cicatrices de un pasado traumático pueden transmitirse a los hijos y eso es lo que Cristina quiere evitar a toda costa, pero no sabe cómo. La herida es tan profunda y tan dolorosa que, al parecer, la única opción liberadora es la muerte.