Mikhail
Sylvie es transexual y vive de prostituirse. Dos o tres momentos de felicidad, el resto negrura y malestar, tristeza rotunda. Ama a dos hombres, a Djamel, un norteafricano que vende sus favores a hombres y mujeres en los lavabos de una estación de autobuses, un chiquillo de treinta años que suspira por la familia que renegó de él. Y ama a Mikhail, inmigrante ruso con permiso de residencia, destrozado por la guerra de Chechenia y desertor.