Alaska
Érika (Liss Pereira), una prestigiosa fotógrafa, siente que su vida es una foto que vale más que mil romances. Pero al quedar embarazada, descubre que él le pone más cachos que una corrida de toros y no la ama. Sólo puede recurrir a Nicolás (Ricardo Quevedo), su compañero de trabajo y “paño de lágrimas”, sin saber que quiere vengarse de ella por una deuda del pasado. Pero, con una jefa de muy malas pulgas (María Cecilia Botero), amigos tan leales como ocurrentes (Iván Marín y Lorna Cepeda) y un bebé a punto de nacer, Nicolás y Érika vivirán lo que nadie imaginó: que del odio al amor, sólo hay una foto, y no siempre el que se enamora pierde.
Mesera Mexicana
Esta segunda parte se situa en la famosa ciudad de Las Vegas. Cualquier cosa podría pasar en esta mágica ciudad cuando Juancho (Ricardo Quevedo) decide vengar la muerte de su padre -al mejor estilo de un policía colombiano- al darse cuenta que el asesino de su papá se encuentra en la ciudad de las luces liderando al más cruel cartel de "trata de blancas" a nivel mundial. Polilla, quien está viviendo uno de sus mejores momentos con la Gorda Fabiola y su recién hijo adoptado Pachuco (Francisco Bolívar), también formará parte de este ajuste de cuentas de su amigo Juancho y decidirá acompañarlo a escondidas de la Gordita, quien piensa que va a Las Vegas a una dulce segunda luna de miel. Pobre, no sabe lo que le espera. Por su parte, "El Rebusque" (Alejandro Gutiérrez) con su inmensa habilidad para efectuar trabajos inimaginables ("colombiano que no tiene trabajo, se lo inventa") también hará parte de esta misión buscando infiltrarse entre las más temidas mafias en los Estados Unidos.
La realidad de la miseria y de la guerra se cierne sobre los muchachos de un barrio popular de Bogotá.
Yésica
A sus trece años, Catalina empezó a asociar la prosperidad de las niñas de su barrio con el tamaño de sus tetas. Pues quienes las tenían pequeñas, como ella, tenían que resignarse a vivir en medio de las necesidades y a estudiar o trabajar de mesera en algún restaurante de la ciudad. En cambio, quienes las tenían grandes como Yessica o Paola, se paseaban orondas por la vida, en lujosas camionetas, vestidas con trajes costosos y efectuando compras suntuosas que terminaron haciéndola agonizar de envidia. Por eso se propuso, como única meta en su vida, conseguir, a como diera lugar y cometiendo todo tipo de errores, el dinero para mandarse a implantar un par de tetas de silicona, capaces de no caber en las manos abiertas de hombre alguno. Pero nunca pensó que, contrario a lo que ella creía, sus soñadas prótesis no se iban a convertir en el cielo de su felicidad y en el instrumento de su enriquecimiento sino, en su tragedia personal y su infierno...