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A finales de los años 60, el artista César Manrique volvió a la isla de Lanzarote para convertirla en un lugar ideal de vacaciones donde arte y naturaleza fuera de la mano, conservando las peculiaridades de la isla. Quince años después de su muerte, miles de turistas visitan la isla en busca de sol y playa. Sin embargo, la isla mantiene una conciencia viva, las huellas de un mundo con fecha de caducidad que nos muestran la difícil convivencia entre tradición y progreso.