Un presente que se vive inmediatamente como un pasado, casi antes de que suceda. Una despedida que dispone imágenes especiales, para los protagonistas y –la clave de la seducción de este arte– también para el espectador; imágenes que tienen peso porque importan: un metegol, un edificio muy angosto, calles ignoradas hasta que se sabe que no volverán a ser transitadas. Mi última aventura es una anomalía tal que hasta se permite en parte ser bressoniana y a la vez tener mucha música, y que esa música tenga sentido y persista, y que ayude con emoción a dar forma a un ejemplo cabal, a un ejemplo que porfía, a un ejemplo que nos dice que el cine tiene pasado, presente y –todavía– futuro. No es esta la última aventura. Javier Porta Fouz
Rafael Márquez se está formando como médico militar en un regimiento de montaña. Carga con la deshonra de tener un padre desertor del ejército, pero logra sobrellevar su carrera dignamente. La llegada al regimiento del legendario coronel Santos, amigo de su padre, y la aparición de una misteriosa mochila, avivan los fantasmas de Rafael. Santos le confiesa que su padre nunca desertó sino que fue asesinado por un viejo ermitaño que vive en medio de la cordillera. La noticia lanzará al joven soldado a una intensa búsqueda de su verdadera historia.
Franco
Pablo trabaja en un viejo hospital de la ciudad de Córdoba. Jesi está pisando suelo argentino luego de mucho tiempo al otro lado del Atlántico. Tras años de silencio y distancia, ellos vuelven a mirarse a los ojos. Pero allí hay alguien más, alguien que lo inunda todo.