Relato múltiple como invocación de poetas queer desde Alfonsina Storni hasta Néstor Perlongher, pasando por Pasolini, Pizarnik y Lorca, con las presencias de poesía y carnalidad de Susy Shock y Fernando Noy. La inclusión fantasmal de Batato Barea es una guía para esta fusión de acto poético y dramaturgia.
Desde el interior de la Pachamama hasta el centro de las capitales Susy Shock hace camino, recorre como un cometa que viene a despabilar el rato, el rato que nos toque transitar. Tacos, maquillaje, canto, calle, poesía, amigos y compañeras nos van introduciendo en su condición de reinventarse: ni varón, ni mujer, ni xxy, ni h2o. Un monstruo de lo anormal, una mariposa que quiere jugar y disfrutar. La dicotomía de lo visible y lo invisible, en la configuración de una persona, en la deconstrucción de la identidad y ante todo en una lucha por poder ser quien se quiere ser.
La obra poética de Néstor Perlongher es conocida y admirada desde su publicación en los años '80, y progresivamente ha ascendido al canon de la literatura argentina vía reediciones, traducciones y trabajos académicos. Menos referida es su lucha activa por los derechos de los homosexuales, que se remonta a su militancia troska allá por los años '70 y continuó hasta su muerte derivada del contagio del virus HIV en 1992, justo cuando esa causa comenzaba a rendir frutos. Claro que Perlongher no abogaba por la actual identidad "gay", un término que para él implicaba integración al sistema que siempre lo había repelido. "No queremos que nos liberen, queremos liberarlos a ustedes" fue una de sus consignas más atrevidas –y lúcidas– en tiempos en que ni siquiera la izquierda quería tenerlos cerca. Santiago Loza compila esa historia, y repasa sus reflejos literarios, en un entrañable documental que cuenta con testimonios de amigos, colegas y compañeros de paso.
Obra inspirada en el ensayo "Las trampas de la fe", de Octavio Paz. Narra los últimos años de la célebre y bellísima Juana Inés de la Cruz (conocida en México como la Décima Musa), que a los veinte años ingresó en un convento para poder estudiar. La Corona española y la Iglesia, dos poderes a veces enfrentados, determinaron la vida de Sor Juana. En el México colonial, los virreyes la protegían, pero la Iglesia la censuraba por enseñar canto a sus alumnas y por dedicarse a la astronomía, la poesía, el teatro, la filosofía y la teología. Sor Juana pagaría muy caro su fervor poético y más aún su atrevimiento teológico. Al independizarse México, pierde la protección de la Corona y queda sola frente a su confesor, un miembro de la Inquisición, y al arzobispo de México, un misógino fanático. También el obispo de Puebla le tiende una trampa, en la que Sor Juana cae con la ingenuidad de los inocentes.