Tres “astronautas” deambulan por unas montañas nevadas, calladas e imponentes. En la última película de Alejandro Fadel, el paisaje se convierte en materia para la experimentación: de las texturas, de los colores y de los tempos de la imagen. En apenas cuarenta minutos el director que asombró al mundo con Muere, monstruo, muere construye una pieza existencialista y fascinante, que convierte la pantalla en lienzo; y la tierra en una suerte de planeta helado.