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Esta secuela nos muestra a Yuki unos años después. El sacerdote Doukai ha muerto y ella es una proscrita perseguida. La historia gana en complejidad, ya que al ser finalmente capturada y sentenciada a la horca, Yuki es rescatada por unos sospechosos personajes enmascarados que en el más puro estilo “Nikita” le ofrecerán salvar la vida a cambio de espiar a un anarquista, en cuyo poder se encuentra (o se encontrará) una carta que revela los trapos sucios de importantes cargos políticos.
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Una jovencita llamada Yuki Kashima, nació en la cárcel en una fría noche como instrumento de una venganza, ya que su padre, fue brutalmente asesinado al ser confundido con un asesino del gobierno Meiji, suerte que también compartió su pequeño hermano. Su madre logró vengarse de uno de los asesinos, pero por ese asesinato fue condenada a cadena perpetua y para continuar su venganza, se dedicó a acostarse con todos los presos y carceleros que pudo, hasta conseguir quedar embarazada para que su hijo (que resultó ser hija) terminase la venganza por ella. Saya murió al dar a luz a la pequeña Yuki, que fue educada y brutalmente entrenada por el monje Dokai.