Ceferino, un joven asturiano, se despide de sus padres y de su novia para emigrar a México a hacer las Américas. Allí trabaja con un tío suyo que tiene una tienda de ultramarinos. Bajo su tutela, aprende rápidamente las triquiñuelas del negocio: un kilo tiene que pesar novecientos gramos. Se gana así el desprecio de su tía y su primo, que lo echan del negocio tras la muerte de su tío. Entonces se verá obligado a sobrevivir vendiendo libros por todo el país.
Juan Preciado, hijo de Pedro Páramo, va a Comala a reclamar su herencia; pero cuando llega se encuentra con un pueblo abandonado y siniestro, habitado por voces misteriosas y susurros…
Tadea ha sido educada en un convento y ha conocido bien la pedagogía del castigo. Ya adulta, es enviada a un pueblo para trabajar como ama de llaves en la residencia del cura Feliciano. Su tarea es cuidar el orden de la casa, que se ha debilitado con la partida de su predecesora. Sin embargo, las consecuencias de su arribo son justamente las contrarias: desarreglo y desarreglo. La viuda negra es un episodio más en la larga historia del enfrentamiento entre deseo y ley. Por un lado, Tadea y Feliciano; por otro, toda la buena sociedad del lugar: la ninfómana que pide recato; la adúltera que reclama fidelidad; el pederasta que demanda respeto; el explotador que exige justicia. Ripstein no se guarda nada y lleva hasta la caricatura el retrato de todos sus hipócritas y hasta la hipérbole el de sus ardientes amantes, que aprenden a tocarse mientras se quitan, en un mismo movimiento, sus ropas y sus atávicas represiones.